EL VIA CRUCIS: uno símbolo de la fe cristiana
Hay muchisimos vias crucis en todo el mundo, y por supuesto siempre aparecen nuevos como el de Cutral Co en Neuquén, yo comparto con Uds este via crucis del Monte Calvario en Tandil, porque ademas constituye una obra de arte de gran valor.
Pato en el Monte Calvario |
Monte Calvario Considerado
uno de los espacios naturales más característicos de Tandil, y conocida
reproducción del original ubicado en la Bretaña francesa, el Monte Calvario fue
inaugurado en un sector del Cerro homónimo, en el año 1943 conformándose por 14
grupos escultóricos ilustrativos de las estaciones del Vía Crucis cristiano.
Presenta
en su ingreso una escalinata de 195 peldaños de piedra, así como plataformas a
los bordes del
atractivo que simulan penitentes en oración, y una capilla de singular belleza alzada en su base.Durante la Semana Santa, el Monte Calvario de Tandil se constituye como sede principal de actividades. Se ubica sobre Av. Monseñor de Andrea al 400.
atractivo que simulan penitentes en oración, y una capilla de singular belleza alzada en su base.Durante la Semana Santa, el Monte Calvario de Tandil se constituye como sede principal de actividades. Se ubica sobre Av. Monseñor de Andrea al 400.
Qué
podemos encontrar en el Monte Calvario?
La
fe ha encontrado desde siempre en el arte uno de los medios más poderosos para
expresarse. Es el feliz resultado de una iniciativa
del Sr. Pedro Redolatti y
su primo, Monseñor Fortunato Devoto, quienes concibieron la idea. El sacerdote
llevó la iniciativa a la Presidenta de la Sociedad San José de Buenos Aires,
Sra. Elisa Alvear de Bosh. Esta adoptó la idea con gran entusiasmo. Se obtuvo
la donación del cerro y el Ingeniero Alejandro Bustillo proyectó gratuitamente
la obra a pedido de la Sra. Bosh. Simultáneamente la Municipalidad donó el
terreno para prolongar la Avenida España, pié del VíaCrucis y la familia
Nocetti Campos, un cerro vecino para ampliar el escenario de La Pasión. Estos
hechos comenzaron en 1940, y en 1942 la primera etapa estaba cumplida.
Comienzan a plantarse los olivos que bordean el t~ayecto (Av. Mons. De Andrea).
El Director de Parques, Señor Ezequiel Bustillo dona el milenario alerce con el
que se construyó la primera cruz de madera: 17 metros de alto con 8 metros de crucero.
Posteriormente deterioradacon el tiempo, la cruz fue reemplazada por una de
cemento.
Altar superior Monte Calvario |
Escalinata central Monte Calvario |
Cristo crucificado, Monte Calvario. Tandil |
Curiosidades:
En
el año 1941 se inician las obras finalizando en 1943. La Dirección de la obra
estuvo a cargo del Ing. Alejandro Bustillo y la participación de los más
importantes escultores argentinos delmomento.Se asciende por una escalinata de
96 peldaños. Cantidad de estatuas realizadas en piedra: 17. La
construcción de la capilla, inaugurada 12 de enero de 1947 destinada a la
devoción de Santa Gernma, se trata del primer santuario erigido en América en
honor a la mencionada Santa, accediendo a él por tres arcadas románticas. La
construcción fue dirigida por Valentín Zámolo. En el año 1962 se inauguró una
reproducción de la Gruta de la Virgen de Lourdes. La réplica de la Gruta está
guardada por una gran reja forjada de hierro. Hacia un costado y delante del
altar se halla la imagen de Santa Bernardita arrodillada, mirando hacia la
gruta donde está la virgen.
Capilla de Santa Gemma |
A
partir de 1949 comenzó a desarrollarse la Solemne Procesión del Santo Entierro
desde el Calvario al Templo de la Iglesia Matriz Santísimo Sacramento, con un
recorrido de 1,5 kilómetros. En Semana Santa se realizan los tradicionales Vía
Crucis de la Tercera Edad, de la Familia, de la juventud y del Viernes Santo.
Una verdadera manifestación de Fe.
Primera estación
«Reo es
de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían
ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no
encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero,
ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo,
crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la
sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para
que fuera crucificado.
Segunda estación
Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador,
que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él.
Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para
la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de
morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.
El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús,
convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se
abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre:
que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los
redima.
Tercera estación
Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la
flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales
que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo
dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los
golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público.
Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para
seguir su camino. Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias
las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre
él la culpa de todos nosotros».
Cuarta estación
En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de
soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se
encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha
entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se
encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a
María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al
contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y
confortados por el amor y la compasión que se transmiten. Nos es fácil adivinar
lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen
hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las
escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de
motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una
madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su
misión de corredentora.
Quinta estación
Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del
Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo.
Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en
buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene,
que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y
la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la
fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la
abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su
conversión. El Cirineo ha venido a ser como la imagen viviente de los
discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón
nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En
los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere
nuestra ayuda amorosa y desinteresada.
Sexta estación
Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no
tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón
de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la
figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el
sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer
del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un
lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como
respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz. Una letrilla
tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica
y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón».
Séptima estación
Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima
de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí,
extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba
poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado
en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse
y proseguir su camino. Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en
cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba
en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es
la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de
desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados
con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni
abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y
pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para
reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría
sacarlas de su postración.
Octava estación
Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo
seguía una gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban
por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios
se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los
culpables. Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra
Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían,
tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin
duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor
a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario
y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer
la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el
santo temor de Dios.
Novena estación
Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que
iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya
para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían
dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios,
a los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con
un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado. Jesús
agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del
Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle
con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en
las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que
también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a
recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.
Decima estación
Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino
mezclado con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la
sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de
cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y
conciencia en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados
despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas
las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las
repartieron. Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus
propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre,
allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas,
tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría
guardado como recuerdo del Hijo querido.
Decimo primera
estación
«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado
el momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro
clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en
alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos
y apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte
superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa
de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También
crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. El
suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de
insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos
imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea
capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura
de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta
la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso
tan dulce en su corteza!»
Decimo segunda
estación
Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas
que fueron de mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros.
Desde el principio, muchos de los presentes, incluidos las autoridades
religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco
después ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás
conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por
demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su
Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu
madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de
esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba
cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo
está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu. A los motivos de
meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo
que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que
tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.
Decimotercera estación:
Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era
un sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilatos que les
quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas
de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le
atravesó el costado con una lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo,
discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilatos y ayudados por sus criados
o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron
cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo
miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que recibió en
sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo. Escena
conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una
Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una
lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón
acabó de atravesar el alma de la María
José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los
brazos de María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado.
Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en
él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo,
las santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban
sentadas frente al sepulcro y
observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén. Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener.
observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén. Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener.
el contenido del via crucis fue bajado de sanfrancisco.org....ARTURO
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